viernes, abril 27, 2007

Telonero de Enrique Urquijo

No me resistía a escribir una entrada con este título.
El caso es que cuando era joven (joven de verdad, no como ahora) solía tocar la guitarra, con un gran amigo mío, en un bar llamado El Rincón del Arte Nuevo. Tocábamos en la sesión de las nueve. Cando todavía no habíamos terminado nuestro concierto entró el siguiente cantautor por la puerta del bar: Enrique Urquijo. Me contó otro amigo mío, que asistía a nuestro concierto y estaba situado cerca de la puerta de entrada, que Enrique (me permitiréis esta familiaridad con él, pero es que fui su telonero...) al entrar se quedó asombrado, no de nuestro arte (que a lo mejor también), sino de la cantidad de gente que había. Y preguntó al dueño del bar ¿quiénes son éstos?
Y es que otra cosa no sé, pero amigos nunca faltaban en nuestros conciertos. Siempre conseguíamos lleno absoluto (aunque debo reconocer que el local es más bien pequeño).
Siempre he sido admirador de los Secretos, y por supuesto me quedé en el bar para escuchar a Enri (ya me estoy pasando...) Fue un concierto impresionante, a dos metros de él, escuchándole canciones de siempre, que acompañaba con su guitarra. El bar estaba casi vacío. En parte porque ni siquiera estaba anunciada su actuación.
Viéndole tocar recuerdo dos emociones. La primera de admiración, porque con una simple guitarra y su voz las canciones te llegaban más dentro, sonaban enormes en aquel ambiente tan íntimo. Otra de pena: porque a pesar de haber llegado donde había llegado, tenía el aspecto de una persona triste y físicamente muy castigada. Como si hubiera alcanzado una cima equivocada. Como él mismo dice en una canción, que por cierto, tocó aquel día: "buscando nada en ningún lado"

viernes, abril 13, 2007

Al otro lado

Llevo un tiempo desconectado, tanto del blog como de mis amigos bloggeros. Y los echo de menos. Pero es que hace unos días algo ha cambiado mi vida. Hace muy poco, apenas once días, yo estaba al otro lado, obedeciendo a médicos, enfermeras y matronas: nuestro tercer hijo estaba a punto de nacer.
Sé que son momentos muy íntimos, que no hay que ir pregonando por la blogsfera. Pero por si alguien no se había dado cuenta, lo del periódico era un montaje, y este blog sólo es visitado por amigos, pocos, pero selectos, y con ellos no me importa compartirlos.
Tal vez alguien pueda pensar que al ser pediatra todo es más fácil, que puedo estar mucho más tranquilo. En parte sí, y en parte no. Lo malo de ser pediatra es que eres más consciente de un millón de cosas que pueden torcerse, y valoras más el milagro de que todo salga bien. Y gracias a Dios, todo fue bien. A las 8:30 entrábamos por la puerta del hospital, y a las 15:15 nacía nuestro tercer hijo. Apenas asomaba la cabeza, y yo ya estaba emocionado.
Recuerdo, siendo estudiante de medicina, que cuando acudí a los primeros partos tenía que hacer esfuerzos para no ponerme a llorar, igual que la madre, igual que el padre. Después es una pena, porque hasta a lo más asombroso se acostumbra uno, y ya voy a los partos casi como si fuera lo más normal del mundo.
Aunque a veces, en los partos, ocurren cosas graciosas. Recuerdo un parto al que acudí al principio de mi residencia, donde la criatura parecía no tener mucho interés en salir. Y ya os imagináis: el ginecólogo pidiendo a la madre que empujara, y como el crío no salía, cada vez más ánimos: venga, empuja, vamos, un poco más fuerte, venga, un poco más. La cosa se prolongaba y todos parecíamos estar apoyando a la madre. Vamos, empuja, un poco más, más fuerte. En esto el marido no pudo reprimirse, y en medio del silencio dijo: a este paso me cago hasta yo... Ya os podéis imaginar la carcajada generalizada.
Pues eso: que una vez más he sido padre, todo ha ido muy bien, y una vez más soy el hombre más feliz del mundo...
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